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El día vigésimo cuarto del primer mes estaba yo a orillas del Tigris cuando, al alzar la vista, vi ante mí a un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro puro. Su cuerpo parecía de crisólito, su cara destellaba como el relámpago, sus ojos semejaban antorchas encendidas, sus brazos y piernas brillaban como el bronce bruñido, y su voz resonaba como si hablara una multitud.

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